domingo, 12 de diciembre de 2010

Una Isla Imposible; la poética del espacio



Giacometti afirmó que “La finalidad del arte no es reproducir la realidad, sino crear una realidad de la misma intensidad”. Andrés Delgado es sin duda un compositor de espacios, y esta muestra titulada Una Isla Imposible es fiel reflejo de esa virtud del artista tinerfeño afincado en Madrid.

Tomando un paisaje isleño de la infancia, que guarda en la retina con detalle, nos propone un viaje desde el lienzo, en la diversidad tonal de las horas de luz del horizonte, hacia un paraíso interior. El poeta plástico dibuja los ritmos del paisaje y ejecuta una partitura de texturas, destronando las dos dimensiones con una revolución de nuevas lecturas de la obra.

A partir de la composición de título Donde habita el paisaje, 36”, y la creación del poemario inspirado en el mentado cuadro, con igual nombre que la obra que hoy analizamos, Una Isla Imposible, Andrés Delgado se encuentra ante una encrucijada igual que la que Eduardo Chillida describiera: “La obra es para mí contestación y pregunta”. El pintor canario se siente interrogado por su propia obra a través de la lectura de los poemas que pretenden darle contestación. Se abre para él un horizonte de quince lienzos donde los discursos de la luz se trucan con sombras en conquista.

El pintor no puede olvidar el entorno en el que edificó sus primeros años de juventud y adolescencia: Recurre a ellos, como quien se siente indefenso, o no se reconoce en la común unión de soledades de una capital, de una gran urbe. La memoria, que es una creadora, anquilosada en la incertidumbre, inicia la fermentación y la efervescencia del recuerdo del artista frente a un mismo tema, frente al mismo enigma insular, generando un amplio abanico de propuestas visuales.
Estamos por tanto, ante un diálogo entre la materia de un paisaje definido, y la abstracción que implica la construcción de un espacio propio, una abstracción materíca, pues como diría Knadinsky en su obra De lo espiritual en el arte: “entre estos dos extremos se halla el número infinito de las formas”. Andrés Delgado no renuncia a la imagen reconocible, a la inclusión en su obra de las formas reales del entorno, pero no pierde tampoco la oportunidad de elevarse y moldear a su antojo los límites del elemento.

El crítico Federico Castro Morales identifica en su introducción para el catálogo de la exposición Paisajes transitados del recuerdoque la profundidad es un valor oscilante”. Aludiendo a Pedro García Cabrera “se ahonda en nublos. Los grises son moduladores de la existencia del paisaje” y vuelve al poeta canario para indicar que el campo visual disminuye y solo queda el primer plano “Primer plano que nos coloca en otra manera de sentir”. Esta apreciación de Castro Morales es una constante en la obra de A. Delgado. El artista recurre a la transformación del paisaje en una fragmentación del primer plano, donde introduce un elemento oscuro, una oquedad que invita a un viaje hacia el vacío, como lectura personal de la entidad basáltica o rocosa del paisaje que rememora. Trae a la memoria los versos del poeta Emeterio Gutíerrez Albelo en su libro El mar inverosímil donde reflexiona

Está aquí,
tan cerca de nosotros que es difícil que la veamos.
Tan dentro de nosotros que no sirve al escarbo.
Tan fundida a nosotros…
que, solamente, es nuestra, en el aire, flotando.

Porque la posición del espectador traspasa la mera observación y se convierte en una introspección como si la pintura mutara por instantes en un espejo. Atravesamos los trazos, sumergiéndonos a través de nuestras pupilas, en nuestros propios laberintos.

Sabas Martín sentencia, a través de los pensamientos de Pérez Minik, que “islas somos. Un destino inevitable”. Y es que la geografía insular, es a su vez, una geografía sentimental y reflexiva. Traspasamos de la ínsula, como complejo espacio limitado por el mar, a un cautiverio meditado y asumido por el artista. Como en los versos de Antonio Puente en su Sofá de Arena

Porque esta playa muda, aprósita e inaudita
en su elocuencia, extrañamente absorta
y desprendida, agrestemente urbana
y en una única faz, queda y trashumante,
local sólo como un universo
sin paredes [..]

Andrés Delgado ha descubierto desde la meseta castellana, desde la urbe madrileña, la manera de entender la isla, y a sí mismo, como resultado meditabundo de su paisaje. Convierte el espacio en su propio vocabulario, las tonalidades en ritmos internos de un poema concebido más allá de los pinceles.

Tenemos frente a nosotros una redefinición del espacio insular, pero a su vez, ante la reconstrucción del habitad metafísico del artista. La concepción de la isla como imposibilidad, como reducto mitológico, como sima donde se quiebra el tiempo y el espacio; se enfrenta directamente con la vital desazón del creador que, tarde tras tarde, en su estudio del barrio madrileño de La Latina, coloca en el caballete un lienzo en blanco, con una copa de vino y quizás una sonata de Bela Bartok de fondo, e intenta abrir su propia Caja de Pandora, comprender el mundo y conocerse. En palabras del poeta metafísico John Donne “Ningún hombre es una isla, algo completo en sí mismo; todo hombre es un fragmento del continente, una parte de un conjunto. La isla y el hombre, no pueden permanecer ajenos, alejados, abstraídos del mundo, ni de sí mismos. El creador es ante todo un comunicador, un ser que pretende proponer un mensaje o un pensamiento a otro individuo o colectividad; la isla, lejos de la formula de cerrazón ideológica o cultural que algunos plantean o creen atisbar, es un punto de encuentro y unión entre culturas, una tierra común y de nadie, el inicio de cualquier viaje a todos los puntos cardinales.


La serie Una isla imposible tiene como particularidad servir de medidor anímico del público que la observa. Todas las obras poseen un gran componente de vacío, de negritud, de espacio sombrío, que en mayor o menor medida, devora parte del paisaje. Una roca quizás, que dificulta la visión tras de sí, y que hace de su presencia, la perenne idea del caos y la aridez, sobre el paisaje o sobre nosotros mismos. De otra forma, al enfrentarnos a la obra podemos sorprendernos disfrutando de la claridad de los tonos tierra, la el infierno y viveza de los rojizos, o la serenidad de los verdes y grises, sin ver en ningún momento la destrucción que se cierne en el cuadro tras una mancha oscura. De no ser así, encontraríamos nada más posicionarnos frente al lienzo ante un paisaje devorado por la oscuridad, que va creciendo conforme lo recorremos.


Toda frustración es luz,
pero la oscuridad es un espacio habitable.


De este modo, como las dos caras de una misma moneda, definiendo la armonía desde el desequilibrio, el espacio y el vacío desde su plenitud o negación, Andrés Delgado busca respuestas propias, en las dudas del espectador frente a su obra. Decía Ortega y Gasset “siempre que enseñes, enseña a dudar de lo que enseñes”. El artista también toma este principio proporcionando al público un escenario para la pregunta, para la reflexión. No defiende, por tanto, principios incuestionables, sino que desdibuja los credos y cánones en busca de una construcción personal del mundo y de sí mismo.


Andrés Delgado nos descubre y nos cuestiona sobre el código artístico de Una Isla Imposible, el parto de un espacio interior, la propuesta de un diálogo entre lo plástico y lo poético.



Luis Antonio González Pérez
Poeta y Escritor

1 comentario:

  1. Es lo que me gustaría intentar hacer,con la Isla de mis ancestros,la Isla grande de CHILOÉ.....es una hermosa forma de combinar las artes,tan profundas y hermosas,como la plástica y la poesía ...y me gustía poder ojear este texto y hasta tenerlo.cariños y felicitaciones....

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